Hermanos, hermanas...
No es raro que en un mundo en el que la gente cree que ser capricornio te condiciona la vida o que en vidas anteriores fue emperador, rey, ilustre personaje (pero nunca campesino o muerto de hambre), haya personas incluso con estudios que asegure sin duda alguna que este viernes es el fin del mundo.
Para tal efecto, muchos se preparan de diversas formas: quedando para suicidarse colectivamente, inventando sitios clave donde bajará una nave espacial y podrán gastarse los cuartos ahorrados mientras esperan, despelotándose y corriendo por la calle… Pero siempre han existido unos tíos (como no, yankies) preparándose a tope para la venida del apocalipsis, que un día cae en miércoles, otro puede ser el día después del puente, o en el santo del abuelo. A estos preppers o preparacionistas, ahora tristemente célebres no me los creí demasiado en su día, pero tras catar al pueblo estadounidense en su propio territorio, un servidor se dio cuenta de que cuando acopian latas de conserva en sótanos bunkerizados, equiparan el primer disparo de su hijo con la primera comunión, y mentan el nombre de Dios nuestro señor para ponerse como los únicos dignos del planeta, no sólo hablan muy en serio, sino que se lo toman como una carrera armamentística vecinal.
El yankie vive en un mito western eterno. Un vecino cualquiera se puede creer el puto Wyat Earp. El español también es muy de su pueblo pero nunca ha sabido ni sabrá ahorrar y entrenarse, por lo que nuestros trastornos sociales son muy diferentes. El yankie prepper, ya sea en su versión paleta de red neck o montuno de los lindes con Canadá, tiene en su interior un viejo republicano recalcitrante lleno de miedo. Miedo al exterior, a lo que pueda pasar. El mismo miedo de las ancianas solas cuando llama el técnico a la puerta, el mismo de ese cani que esconde su inferioridad en su paseo con el pitbull para achantar al que le mire mal. Adviertan lo ridículo de la madre del muchacho matador de inocentes de esta semana en yankilandia. Imaginen una maestra de niños chicos que llega a su casa y se coge su fusil de asalto que escupe balas como el diablo, se hace su fotito orgullosa, le dice al hijo “quillo ven pa acá que te voy a enseñar cómo se mata”, y se pone al tajo metiéndole en la cabeza que el 21 del mes el mundo se acaba y van a venir los zombies a por nosotros, y los malos a asaltar casas, y los negros a violar a nuestras mujeres, y tienes que protegerte a base de latas de sardinas y balazo limpio, hijo, y que Dios bendiga América y a nuestro presidente.
En la tele sale un prototipo de conservador diciendo “si la directora del colegio hubiese tenido una pistola habría matado al asesino y santas pascuas”. El tipo, con su mente privilegiada, no llega a razonar que si no hubiese armas para el que la pida, el loco de turno no habría disparado contra nadie. Joder, fíjense en España, país de locos y gilipollas con carnet de federados en el que si a uno le da por vengarse de la sociedad y de la madre que la parió, a falta de armas tiene que resolver el conflicto a hostias, y cuando le ha pegado a dos o tres, ya le han dado lo de hoy y lo de mañana. A hostias es mejor, más sano, y no acaba la cosa con 30 muertos. A ver para qué te sirve una ametralladora si no es para cargarte a todos los notas de una calle. Para qué un arma de guerra moderna que se maneja a larga distancia del objetivo. Ah claro, para matar a los zombies mayas cuando vengan, es verdad. Ya nos lo avisaron los de Walking Dead, benditos sean.
La hostiería llega a límites insospechados. Que Kulkulcán baje el día 21 de la pirámide de Chichén Itzá y se coma a 7.000 millones de tontos no es el fin del mundo. Es un acto de justicia divina. Dios, qué mundo tan kitsch y tan hortera.
Podéi ir en paz.
No es raro que en un mundo en el que la gente cree que ser capricornio te condiciona la vida o que en vidas anteriores fue emperador, rey, ilustre personaje (pero nunca campesino o muerto de hambre), haya personas incluso con estudios que asegure sin duda alguna que este viernes es el fin del mundo.
Para tal efecto, muchos se preparan de diversas formas: quedando para suicidarse colectivamente, inventando sitios clave donde bajará una nave espacial y podrán gastarse los cuartos ahorrados mientras esperan, despelotándose y corriendo por la calle… Pero siempre han existido unos tíos (como no, yankies) preparándose a tope para la venida del apocalipsis, que un día cae en miércoles, otro puede ser el día después del puente, o en el santo del abuelo. A estos preppers o preparacionistas, ahora tristemente célebres no me los creí demasiado en su día, pero tras catar al pueblo estadounidense en su propio territorio, un servidor se dio cuenta de que cuando acopian latas de conserva en sótanos bunkerizados, equiparan el primer disparo de su hijo con la primera comunión, y mentan el nombre de Dios nuestro señor para ponerse como los únicos dignos del planeta, no sólo hablan muy en serio, sino que se lo toman como una carrera armamentística vecinal.
El yankie vive en un mito western eterno. Un vecino cualquiera se puede creer el puto Wyat Earp. El español también es muy de su pueblo pero nunca ha sabido ni sabrá ahorrar y entrenarse, por lo que nuestros trastornos sociales son muy diferentes. El yankie prepper, ya sea en su versión paleta de red neck o montuno de los lindes con Canadá, tiene en su interior un viejo republicano recalcitrante lleno de miedo. Miedo al exterior, a lo que pueda pasar. El mismo miedo de las ancianas solas cuando llama el técnico a la puerta, el mismo de ese cani que esconde su inferioridad en su paseo con el pitbull para achantar al que le mire mal. Adviertan lo ridículo de la madre del muchacho matador de inocentes de esta semana en yankilandia. Imaginen una maestra de niños chicos que llega a su casa y se coge su fusil de asalto que escupe balas como el diablo, se hace su fotito orgullosa, le dice al hijo “quillo ven pa acá que te voy a enseñar cómo se mata”, y se pone al tajo metiéndole en la cabeza que el 21 del mes el mundo se acaba y van a venir los zombies a por nosotros, y los malos a asaltar casas, y los negros a violar a nuestras mujeres, y tienes que protegerte a base de latas de sardinas y balazo limpio, hijo, y que Dios bendiga América y a nuestro presidente.
En la tele sale un prototipo de conservador diciendo “si la directora del colegio hubiese tenido una pistola habría matado al asesino y santas pascuas”. El tipo, con su mente privilegiada, no llega a razonar que si no hubiese armas para el que la pida, el loco de turno no habría disparado contra nadie. Joder, fíjense en España, país de locos y gilipollas con carnet de federados en el que si a uno le da por vengarse de la sociedad y de la madre que la parió, a falta de armas tiene que resolver el conflicto a hostias, y cuando le ha pegado a dos o tres, ya le han dado lo de hoy y lo de mañana. A hostias es mejor, más sano, y no acaba la cosa con 30 muertos. A ver para qué te sirve una ametralladora si no es para cargarte a todos los notas de una calle. Para qué un arma de guerra moderna que se maneja a larga distancia del objetivo. Ah claro, para matar a los zombies mayas cuando vengan, es verdad. Ya nos lo avisaron los de Walking Dead, benditos sean.
La hostiería llega a límites insospechados. Que Kulkulcán baje el día 21 de la pirámide de Chichén Itzá y se coma a 7.000 millones de tontos no es el fin del mundo. Es un acto de justicia divina. Dios, qué mundo tan kitsch y tan hortera.
Podéi ir en paz.