Hermanos, hermanas...
Todo el puto mundo quiere ser como Amelie. He visto ya a montones de vivarachos jóvenes adultos emulando al personaje aunque eso les costara la originalidad, paradójicamente para eso mismo: tener la originalidad que no poseen.
Como ejemplo servirá el fulano disfrazado de perroflauta que me encontré en la Plaza de Los Milagros en Pissa, plantando un gnomo de jardín delante de la torre inclinada y haciéndole una foto, seguramente para mandarla a su nueva novia vintage y quedar como original muchacho sensible cuya sana locura artística le llegó por la deprivación de amigos en su patio de vecinos y sus tardes de soledad viendo el Planeta Imaginario, cuando en realidad se trata de una repentina conversión después de haberse metido en el cuerpo setecientos lotes del botellón desde los 13 a los 30 años. A quién se pretende engañar.
Todo dios quiere ser especial en un mundo mediocre, claro está. Y el patetismo llega al ser uno consciente de que la vecina que se parece a Amelie no colecciona fotos de fotomatón abandonadas en estaciones de tren porque sea una persona especial; sino porque es gilipollas y no sabe inventar formas alternativas u originales de aficionarse a algo. Recurre entonces al arquetipo aceptado y un poco indie. "Eh, soy especial, soy rara de cojones y hago cosas inusuales aunque simpáticas que a la gente le extraña pero a la vez le fascina, me molan las pelis de Jean Pierre Jeunet aunque no las entienda, y lo flipo con las cosas pequeñas de la vida a las cuales hago fotos con cámaras analógicas de plástico"... Anda y que te den.
A menudo la postura vintage de los posthippies de la década pasada es, además de un calcetín al que se le da la vuelta, no más que un conjunto de maneras afectadas que se puede aprender e incluso forzar. Es una impostación. Baste recuperar la rebequita parda de punto gordo de la abuela, el vestido psicodélico de guateque de la madre, y combínese con unas botas de agua a lunares. Monte sobre una bicicleta a poder ser con cesto incorporado además de cualquier otro cachivache o floripondio y alguna chapa de Mary Poppins o nostalgias al uso. Ahí está.
Si se quiere progresar en ello, pásese al plano psicológico o social, en el que las cosas son algo más complejas. Existen verdaderas actitudes prefabricadas en las que hay que tener un punto loco, porque si no, no sirve. Qué quieren hacer ver muchos de estos especímenes… ¿Que la vida es bella? ¿Que lo positivo mola? ¿Que es obligatorio tener el beso de Klimt en el cabecero de la cama? ¿Que uno es despreocupado de la hostia y por eso está más centrado en lo verdaderamente importante, que son las relaciones especiales con otros amigos originales por un lado, y por otro el arte casero y manufacturado? Algunas cosas son obviedades; no hace falta vestirse de preabuela juvenil acojonada por la crisis de la mediana edad.
Subrayemos el hecho de que entiendo que alguien pueda ser atraído por la estética en cuestión. Máximo respeto por el gusto de rescatar lo bueno. Como en otras ocasiones, lo que condenamos es la tendencia psicológica a forzar la personalidad y convertirse en personaje original y patético en estos pacientes del síndrome de Bustamante (dícese de la patología social en la que el sujeto cree llevar consigo una cámara imaginaria que le graba desde fuera todas sus acciones, recreándose mientras en ellas, y en lo chachipuruli que queda el susodicho en el contexto y la relación con los demás).
Es pecado la masturbación a costa de uno mismo (ya lo dijimos en su día de los gafapastas). Una estética determinada no te hace más auténtico, máxime cuando es bestialmente plagiada. Seas o no como Amelie, antes de intentar ser auténtico hay un requisito básico: ser auténtico.
Podéis ir en paz.
jueves, 2 de febrero de 2012
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