Hermanos, hemanas...
Ya hablamos en "los iluminati con tomati" de estos tíos, pero reparen y dediquen un momento a observar al perroflauta español. Ese tan abundante en el Lavapiés de Madrid, en la Alameda de Sevilla, o bajo cada piedra en Barcelona. Pues ahí donde ustedes los ven, son unos pijos de la hostia. Unos potentados que juegan a las aventurillas juveniles compitiendo para ver quién consigue una estética más horrenda y mayor faz de drogadicto. Hoy hablamos del pijo o niño/a de clase media-alta que elige disfrazarse de filibustero para ir de guay y de izquierdoso que te cagas porque se lleva mazo.
No se dejen llevar por las pintas. Lo que se quiere conseguir con ellas es subrayar una ideología de la que no tienen ni puta idea. Pueden llevar una camiseta del Che pero sólo unos pocos saben quién fue; la mayoría piensan que fue el guitarrista de Bob Marley. Al alzar una bandera tricolor, hacen lo que han visto hacer a los de la casa okupa, pero el 80% no te sabe nombrar ni un solo presidente de la república. Son, lo que se dice, hippies de pacotilla.
Adviértase en la foto explicativa lo sencillo de pillar a una muchacha pseudo-rebeldilla del barrio de Salamanca y reconvertirla en hippie. Baste con añadirle un palestino - eso sí, de 40 euros mínimo - y se creerá una antisistema peligrosa a la que deberemos añadir un corto repertorio de insultos para usar contra los antidisturios (véase: facha... y ya está). Las rastas son un salvoconducto fundamental para ser guay. Me refiero a las extensiones que se ponen. Pero de nada sirven sin una buena furgoneta (si no se parece a la de Scooby Doo, no vale) con cama pocilguera para ir a la playa (ahí cerca, a Zahara de los Atunes o a Conil) escuchando Chambao bueno, y manejando las cariocas a la luz de la fogata dándole al espirriaque, flipándolo con la imagen de "yo si se vivir los placeres", de alegre proscrito del bosque de Sherwood, y de amante de la vida que muestran al resto de los mortales, que son tan normales y tan grises...
Pero la furgoneta es para andar por casa. Para los destinos medios y largos como Amsterdam, Benarés o Goa, Bali... van con Air France equipados con su portatil, i-Pad, credit card engordada por papá, y muchas vacaciones de no tener que trabajar porque los mantienen desde España. El sumun de su realización será llamarse o llamar a sus hijas con nombres pseudoespeciales y moñas y trillados, como Zoe, Luna o Noa.
Cuando la persona pija no renuncia a su pijedad pero quiere darse un toque desvergonzado y hipilón, se disfraza de una versión edulcorada de Janis Joplin/Barbie con ropa megacara y más falsa que un striptease por la radio (fig.1). Cuando los padres de la pija son tios duros o la pija es poca cosa, se queda en una versión frustrada y de antesala; se queda en simple poppie o bitnik (fig.2). Cuando el pijo se le va de las manos a la chacha ecuatoriana que los padres tienen contratada para educar al niño, este se convierte en perroflauta y deja el Derecho que le obligó a estudiar su padre banquero, para estudiar Torcido, un módulo de animación y tiempo libre y un curso de malabares, al que va descalzo. (fig.3: perroflauta con los leotardos de la madre en la cabeza en plan superestudiado, a lo casual, y petaura de gimnasio).
Pero lo verdaderamente interesante del hippie-pijo es dar un poco de luz científica en todo ello y explicar el proceso por el que un ser patético como el pijo, se convierte en otro de igual valor, sin plantearse ni una leve mejora:
Pelayo, de 10 años, hijo de madre abogada y padre director de una sucursal del santander, vive en su casa de las Rozas, asqueado de la etiqueta crónica de sus progenitores que le obligan a llevar a él también (en forma de pantalones cortos, calcetines hasta la rodilla y camisas repipis), pasa a la etapa de moratoria adolescente o búsqueda de su propia identidad e intimidad, seguro de que quiere ser todo lo contrario a su padre. Para ello imita las pintas de su primo el que estudió bellas artes (un tipo transgresor y antisistema que vive en un loft de 2 millones de euros en el centro puesto por la familia). Busca ser diferente, busca joder a opá y omá. Pelayo se pone unos piercings y unas extensiones de rastas hasta el culo y busca pelea con sus padres capitalistas; y en ello halla la motivación de su rebeldía. No se sabe por qué, a veces habla con un ligero acento holandes, otras con acento argentino (no acaba de encontrarse). El mundo es una mierda, muchacho. Pero Pelayo no remata la jugada, no se convierte en un hippie de verdad. El colchón mullido que representa el saber que a su familia le sale la pasta por las orejas le da tranquilidad para emprender mil aventuras sabiendo que no pasa nada. Que cuando se canse de jugar a los piratas, podrá pillarse un puesto de jefe en el bufette de la madre.
Mensaje a estos especímenes: No hace falta disfrazarse para tener ideologías, en serio. Está comprobado. así que relájense. Se puede ser más de izquierdas con unos vaqueros y una camiseta. Guarden sus disfraces y sus gadgets para el carnaval... que lo estáis deseando.
Podéis ir en paz.
Me maravilla esta entrada porque justo hace unos días vi a un chico y una chica de unos 15 años "disfrazados" de pseudo-hippies y el macho llevaba en sus manos una guitarra española pintada a mano y entera de azul con manchas blancas emulando "un cielo" y como bandolera se le había puesto un cordón plástico de las obras atado toscamente adrede.
ResponderEliminarEsta imagen me hizo pensar que ese mocoso y su novia promiscua no han visto un obrero desde que revisaron las fotos del abuelo, y que son hippies de paz, porros y música, pero no de los de independizarse, ganarse el pan con el sudor de su frente y de protestar activamente contra el sistema. A estos hippies de nuevo sólo les interesa la naturaleza si hay cobertura para prodigarlo en en Tuenti. Esos chiquillos no eran hippies eran ninis de incógnito.
Este tipo de hippies ejercen como tales hasta que el padre chusquero le pega las dos hostias de turno y le atusa el flequillo para meterlo en la empresa familiar, aunque se ganará la vida con la multinacional de viajes de lujo a destinos surferos.
Desde que la revista de Ana Rosa traía de regalo palestinos de colores el último símbolo del antisistema cayó fulminado en una nube de Chanel nº5.