Hermanos, hermanas...
Hoy apartaremos por una vez el sarcasmo y las ironías para
acercarnos a un análisis más moderado sobre la Feria de Sevilla y su relación
paralela con los rasgos de la personalidad colectiva del andaluz, más concretamente
del occidental.
La Feria es un acontecimiento folclórico que pertenece a las
llamadas fiestas de primavera del oeste andaluz, que tienen un marcado carácter
profano y orgiástico aunque revestidas muchas de ellas por un tamiz católico
pretendido que cae en contradicciones de las que el andaluz no es plenamente
consciente, pero que logran disminuir la tensión / culpabilidad de lo
erótico-festivo dando un sentido espiritual (como por ejemplo la Semana Santa,
El Rocío…). Es decir, que utilizando un significado trascendente, se defiende
una explosión barroca de tipo bacanal enfocada íntegramente al placer personal
y grupal, pero coexistiendo varias morales que no tenían por qué estar
presentes en las fiestas dionisíacas.
Carácter privado ambivalente
La Feria de Abril es una fiesta, que aunque defendiéndose
pública, no lo es. Es en un 90% privada, siendo casi la totalidad de las
casetas o clubes de socios que las mantienen con cuotas, de carácter privado,
con la infraestructura y logística necesaria para preservar esta condición.
Básicamente el recinto o real de la Feria viene a ser un territorio cedido por
el ayuntamiento para que coexistan cientos de locales privados autogestionados
por clanes unidos por parentesco o por actividades comunes (cofradías, club de
fútbol, peñas…). El mantenimiento de las casetas es posible gracias a estas
cuotas del clan, cuyo pago garantiza el derecho y uso del local, estableciendo
así el cortafuegos para individuos no afines, o no aceptados por el consenso de
la tribu.
El acceso de las personas no pertenecientes a estos grupos
es muy limitado, y dicho límite significa la incapacidad de disfrutar de las
actividades de redistribución de alimentos y estatus que se efectúa en las
casetas. Estos individuos tienen dos opciones para participar del evento: a) ir
a una caseta pública de distrito o local de gran tamaño erigido para dar cabida
a esta tipología de personas, conservando así el pretendido carácter público y
universal de la Feria, donde son frecuentes la pendencia y las disputas, y la liberación
de la agresividad junto a la ingesta de sustancias psicotrópicas; o b) ser
iniciado en las relaciones de distribución interna de la caseta por el miembro
de un clan en calidad de invitado transitorio, y durante ese tiempo ser agasajado
con alimento, bebidas alcohólicas, nicotina y relaciones sociales como si fuese
un miembro aceptado de la tribu, pero sin derecho de permanencia ni de
pertenencia en ella más allá del término del ágape. Los miembros más radicales
de la élite de los clanes usan el término tiesos
para calificar a los no miembros despectivamente (haciendo referencia a la
falta de dinero y estatus).
Llegados a este punto debemos analizar dos cosas: la
redistribución del estatus, y la expresión folclórica del carácter colectivo.
La redistribución del estatus social
Nos remitiremos aquí a un análisis desde el materialismo
cultural de Marvin Harris, para distinguir por un lado lo que el sevillano
percibe e interpreta en el evento, y por otro las razones reales que subyacen,
que son en su mayoría económicas y de apoyo social.
Desde un punto de vista de un observador externo a la
cultura que tratamos, se distinguen ciudadanos de un substrato inferior
(invitado) y de otro superior (anfitrión), no teniendo por qué corresponder con
la variable “clase económica”, aunque se suele dar correlación notable entre
ambas. La pertenencia a un clan no aporta dinero al miembro del club, sino un
estatus sobre el que no posee caseta. Convirtiéndose así la caseta en un objeto
suntuario, exclusivo, que da el poder de redistribuir riquezas al anfitrión, y
vivir familiaridad y camaradería.
El invitado sostiene una actitud agradecida por ser
partícipe de la fiesta. El miembro del clan también recibe su honorario en
forma de estatus. Véase que el estatus, como hemos señalado otras veces, es un
valor fundamental en la cultura andaluza, en tanto que aporta reconocimiento
social y apoyo de redes extensas (de ahí la importancia vital de la familia
extensa y los valores matriarcales) si se necesitara en momentos de escasez o
de economía de subsistencia, de alianzas o de objetivos lucrativos futuros. Así
pues, miembros de clanes diferentes se invitan también entre sí para afianzar
sus negocios y recordar pactos. Se trata de un comportamiento gregario que se
da también en encuentros importantes de las tribus como las uniones conyugales
o los ritos de iniciación a los símbolos mistéricos (comuniones, bautizos…), en
los que el ágape no se halla enfocado como los miembros de la tribu dicen, a la
celebración del momento (cuyo simbolismo, responsabilidades y consecuencias, en
su mayoría desconocen), sino al fomento de las alianzas y el estatus. A mayor
redistribución de riquezas / alimentos y población a la que se agasaja, mayor
el estatus pretendido y reconocido.
Expresión de los rasgos colectivos
El carácter andaluz posee múltiples rasgos. Se caracteriza
por un locus de control interno para los éxitos o lo considerado como positivo,
y un locus externo para los fracasos y lo negativo, como forma individual y
grupal de autoprotección. Se trata de una cultura de población altamente
extrovertida pero a la vez muy hermética. Esto último encuentra un paralelismo
muy significativo en la Feria y otras fiestas, y en el proceder habitual lúdico
del andaluz.
El andaluz señala como sus propios fuertes, por norma
general los siguientes rasgos: extroversión, apertura, sentido artístico
natural, y exaltación de los valores relacionados con la amistad. Tras un
análisis de sus actos, sólo el primero (extraversión) corresponde a la
realidad. El segundo (apertura) no se corresponde con sus actos sociales. El
tercero y cuarto no son significativos o por lo menos no más que en otras
culturas, aunque son sobrevalorados e identificados como genuinos de la tierra.
Mientras en culturas como la madrileña o la vasca, la
inserción del neófito en el clan es más larga y sometida a tiempo y consenso
para acabar desembocando en relaciones de hermandad duraderas y comprometidas,
la incorporación en clanes andaluces es rápida, transitoria (por un momento,
día o fiesta concreta), intensa y aguda, para desembocar en la frecuente no incorporación
o aceptación del nuevo en el grupo hermético. Este grupo hermético suele estar
integrado por individuos con lazos ancestrales (familia nuclear o extensa,
amigos de infancia y/o reclutados en encuentros orgiásticos de alta
significancia para el grupo). Este grupo de amistad sevillano/andaluz suele
tener a menudo una función social muy potente con una carga afectiva muy baja o
inexistente (aunque sus componentes lo revisten de amaneramientos y formas a
menudo teatrales de exaltación para aliviar la tensión de dicho contraste).
Ejemplo de dicho proceso es que la supervivencia del clan andaluz occidental es
muy longevo debido a que su objetivo es sencillo y directo (fiesta, feria,
ingesta de licores, bacanales…) y poco comprometido (no se orienta hacia la
ayuda mutua o falla en estas ocasiones salvo contadas excepciones).
La estructura de locales tribales herméticos orientados al
estatus y redistribución de alimentos y sustancias internos o privados, con el
objeto de mantener el statu quo de las alianzas sociales, basados en grupos de
élite cuya función es la estructura de la fiesta en sí con compromisos
amistosos de bajo calado, es la expresión folclórica exacta y colectiva del
carácter sevillano en particular y del andaluz en general.
Expresiones artísticas y sociales en las danzas y cantos de
estas tribus que sostienen de forma consciente estos procesos encubiertos
elitistas y herméticos quedan traducidos en manifestaciones como: “Todo el
mundo me conoce”, Llegamos y la liamos”, “Todos los días del año, yo soy feliz con mi gente”. Esta
expresión “con mi gente” es muy
significativa por la frecuencia de aparición en el discurso espontáneo,
denotando un carácter privado, endogámico y etnocéntrico que se refleja en
otras costumbres puntuales como El Rocío, o crónicas, como las tendencias a
valorar lo foráneo haciéndolo fracasar ante lo local, o la baja capacidad para
valorar las costumbres extranjeras.
Posiciones de este tipo hace que en esta geografía concurran
poblaciones incondicionales de estas costumbres junto con grupos totalmente
contrarios.
Y que conste que esta vez, no he dicho palabrotas ni he
insultado a nadie.
Podéis ir en paz.