Hay gente que ha desentrañado la verdad, hermanos. Gente que sabe pasar por esta vida. En algunas culturas se les llama empanados. En otras se les denomina aplatanados, desnortaos, huevones, amamonaos, infantiloides... la denominación es lo de menos. El caso es que se trata de seres humanos que descubrieron ya en edad tierna, anterior incluso a la adquisición del lenguaje, que si te las dabas de tonto, el devenir te recompensaba reiteradamente en un sin fin de premios y remuneraciones materiales y sociales. Ejemplos de ello los tenemos a patadas cerca de nuestros dominios. El familiar tontaina que parece que no se entera de nada y líbrase así responsabilidades como la de apechugar con el abuelo, el compañero laboral que cobra lo mismo que tú pero sin hacer las cosas porque siempre dice que no sabe, la pareja que plancha mal queriendo para que resulte más rentable dejarlo en paz que destrozar ropa, o el típico al que hay que hacerle y disculparle todo porque va de despistado simpático.
Es muy notable la tendencia que tienen estos pecadores a desarrollar el lado bonachón y simpaticote de la personalidad. Un empanado será un buen trabajador sólo porque no da demasiado por culo. Será un padrazo porque a veces hace cucamonas al niño. Será una buena pareja porque aunque sea un negado para todo y un vago, sabrá soltar un piropito gracioso a tiempo. Será un buen estudiante porque de sacar cerapios como albercas, un día sacó un 3,4 y ahora hay que reforzarle para que siga rindiendo (y el tío se acaba sacando la ESO, porque está garantizado).
La culpa es de la gente de bien, que es tonta. El empanado ataca al muy viejo e ilustre instinto paternal para ser disculpado . Un "Ay, es que no se..." dicho con la gracia oportuna dispara los resortes de maternidad que la gente lleva dentro y provoca una serie de conductas de protección hacia estos inútiles profesionales. Consiguen que los demás les hagan los menesteres. Que apechuguen con sus errores. Al final de la vida, un ejemplar de esta especie ha vivido como Dios, sin conocer la preocupación, y con una casa del copón (o en su defecto mantenido por la familia y privilegiado por rascarse). Cuando se meten en sus casas se ríen de nosotros con sobresaliente malignidad. Su puta madre...
Cada cual que identifique los casos pertinentes y actúe en consecuencia o allá él. Pero lo recomendable sigue siendo una vez más, aparcar la piedad y dejarles caer en su propia trampa de pinchos. Luego uno tiene que aguantar niveles de exigencia inauditos y castigos hijoputescos sólo por el desafortunado hecho de ser competente, o por lo menos moral. Muerte a los empanados. No se para cuando, en esta sociedad en la que todo es etiquetado y clasificado, se va de una vez a clasificar la patología de esta gente (por ejemplo: síndrome hipoactivo con sintomatología ganancial) y se les manda al Centro de Rehabilitación de Pico y Pala, a hacer una terapia intensiva de Espabilamiento Agudo, Provocación de Hervores y Cañonazos de Realidad. Hijos de su madre...
Podéis ir en paz.