Hermanos, hermanas…
En el estudio antropológico de hoy, intentaremos dar una
respuesta (como ya hicimos en el tema anterior referente a la Feria de Abril) a
la cuestión proveniente de la llamada “sabiduría popular” que afirma que el
género femenino se siente atraído sexualmente de forma intensa por los llamados
hombres “malos” (a partir de ahora nos referiremos a este espécimen con las
siglas ANE: Agresivo, Narcisista, Egocéntrico).
Para ello, es importante concretar los rasgos de
personalidad que entran en este estilo masculino para en lo sucesivo no caer en
confusión. Entendemos como Agresividad el conjunto de cualidades
tendentes al dominio, la imposición no asertiva, y la fuerza psicológica
ejercida sobre otros, y no necesariamente de la violencia (por la cual se
ejecuta la agresividad con el objetivo de dañar). Por Narcisismo, entendemos la tendencia a
orientarse de forma recurrente e intensa al placer personal, en forma de
satisfacción biológica, social o estética. Y el Egocentrismo como un
rasgo por el que el individuo se sitúa como centro de interés propio y ajeno,
dando por supuesta la gran magnitud de su valor y el merecimiento de
privilegios aunque sean a costa o a pesar del prójimo. Dichas cualidades
interactuando en el mismo individuo son consideradas por la mayor parte de la
población en acuerdo casi universal, como desagradables, indeseables
socialmente y a poder ser, evitables.
La tendencia de las mujeres a ser atraídas por los ANE es
estadísticamente llamativa y reconocida por la gran mayoría de féminas que
abarcan este tema sexual de forma sincera o sin complejos, aunque tienden en un
primer momento a desmentirlo, evitarlo, o acudir a mecanismos de defensa como
alegar la no-generalización o la excepción de casos concretos como el propio. Estudios
universitarios al respecto ya han validado esta tendencia estadística
descomponiendo el perfil del macho Alfa en los rasgos antes explicados. Se
trataría de un proceso psicológico de represión paralelo al evidenciado en la
población masculina cuando el hombre asegura desear una mujer inteligente,
segura y divertida, cuando realmente la estadística indica su preferencia por
rasgos de tipo físico y estético, inteligencia media-baja y extroversión. Para
explicar estos procesos psicológicos aparentemente contradictorios hay que
atender ciertos parámetros: 1) Historia biológica de la especie o fenotipo, 2)
Objetivo y lapso temporal de la relación, y 3) Educación y ambiente.
Influencia del fenotipo
La hembra de la especie, como el macho, posee su particular
inercia adaptativa significativa durante el paleolítico (así como en tribus
actuales no influidas por los medios) en el que prácticamente la gran mayoría
de comunidades y clanes han basado su economía en la caza y la recolección.
Estas tareas han estado sometidas a un dimorfismo sexual por el que el macho de
la especie se encargaba en grupo de tareas de provisión de aporte proteínico
derivado de la caza y de la guerra, con las cualidades que este cometido exige
a nivel físico, psicológico y social.
Los cazadores más potentes fueron seleccionados de forma
natural de entre los que poseían rasgos particulares relacionados con la acción
de la testosterona: masa muscular definida que aporta indicadores de salud y
vitalidad, agresividad como herramienta para la protección de la pareja o grupo
al cargo e iniciativa clara, estatus o capacidad para imponerlo con las
ventajas que conlleva en la distribución de alimentos / excedentes y
supervivencia propia y de su grupo, y seguridad en sí mismo o autoestima.
La hembra del clan, que en su especialización de tareas
recolecta frutos y se encarga de las crías, pasando mayor tiempo en el poblado
acompañada de otros miembros de la tribu que suelen ser también mujeres y niños
(importantes competidores por los recursos disponibles y las proteínas que
provienen de la caza), se selecciona en base a otra serie de rasgos personales
y físicos que le dan más posibilidades de sobrevivir: capacidad / inteligencia
emocional para manejar las relaciones sociales en provecho propio y en
competición con otras hembras por el macho y sus recursos, empatía para crear
las alianzas pertinentes con mujeres y niños, tono muscular y distribución de
la grasa corporal en torno a una proporción cintura-cadera de 0,7 que indica
salud y procreación así como poder de atracción sobre el macho alfa.
Recordemos ahora los rasgos masculinos subrayados
anteriormente. La hembra del clan interpreta estos indicadores como
significativos para la protección y supervivencia propia y de la cría. Resulta
recomendable para el cazador disponer de unos niveles de agresividad, engaño,
egoísmo y confianza más que notables para ser efectivo y práctico en la cacería
(véanse estrategias para la caza mayor, bisontes, mamut…). Resulta recomendable
para la pareja de este individuo contar con un compañero de estas
características: práctico y agresivo para la consecución de recursos, seguro de
sí mismo para tomar iniciativas de riesgo y recursos mayores, egocéntrico para
imprimir fuerza e imponer la postura propia y de su grupo protegido. Practicidad
priorizada sobre la emotividad, útil para sobrevivir al cometido de la caza y
la guerra y al manejo de herramientas y armas.
Pero no basta ser, sino parecer. Además de poseer ciertas
características hay que “venderlas” para obtener los recursos de procreación y
cuidados que posee la hembra en forma de atractivo sexual. Es ahí donde entra
en juego el narcisismo o aptitudes más conocidas popularmente como “chulería” o
“ir de sobrado”, que aunque desagradables en una situación neutra, resultan
tremendamente efectivas para vender la capacidad masculina en el juego de la
perpetuación de cualquier especie (véanse danzas de cortejo y conductas de
pre-apareamiento animales y humanas). Damos por supuesta la acción subrayadora de
las feromonas o el androstenediol, y otras hormonas dependientes de la
testosterona alta.
La mujer que durante el Paleolítico eligió estas
características en los hombres, contó con mayor número de compañeros capaces y
efectivos en los recursos alimenticios y lograron perpetuarse. Las mujeres
actuales son las supervivientes y descendientes de aquellas.
Objetivo y lapso de tiempo en la relación sexual
Actualmente, ante los cambios en el dimorfismo sexual en las
tareas, si miramos los parámetros de tiempo que piensa invertir un individuo
(masculino o femenino) en la relación de pareja y en los objetivos que pretende
conseguir, podremos explicar el fenómeno por el que a veces una mujer elige a
un hombre que no reúne estas características (a veces las opuestas). Tenemos
que manejar aquí el concepto de inversión.
La hembra prefiere para relaciones cortas basadas en el
placer personal, un hombre ANE. Este representa al macho Alfa, placer y
recursos a corto plazo, estatus transferido a la hembra protegida, seguridad en
sí mismo, cualidades fosilizadas en el código genético como indicadores de
potencia, salud y validez. Se trata sólo de encuentros sexuales invirtiendo
poco tiempo de la vida y poca carga emocional. Las cualidades ANE pueden
soportarse durante un corto espacio de tiempo y luego abandonarlo, a menos que
se haya iniciado en la hembra una relación con conductas adictivas potenciadas
por una educación femenina dependiente e insegura basada en modelos muy
primitivos o con bajos recursos emocionales. El proceso es idéntico en los
hombres aunque poniendo en juego los rasgos propios del género femenino antes
citados (para encuentros sexuales, la hembra atractiva físicamente se considera
preferible).
Para relación larga o monógama, el ANE es rechazado en pro
de un tipo de hombre más sensible y empático debido a que estas cualidades
nuevas tendrán que ponerse en práctica en plazos largos y son fundamentales
para la crianza larga de la progenie (pero intentando perder lo menos posible
de las anteriores). Este es el motivo por el que el individuo llamado
“pagafantas” (alta sensibilidad, bajo atrevimiento, alta posibilidad de ser
manipulado y obligado) no tiene acceso a relaciones sexuales promiscuas y
lúdicas, pero a largo plazo sí las tiene en un contexto de compromiso y
obligaciones dentro del ámbito matrimonial de lapso largo, carente de esquemas
flexibles.
Pero como veremos en el parámetro siguiente, la exigencia de
la hembra para esta nueva etapa de compromiso es mayor que la del tipo de
hombre empático.
Influencia de lo ambiental
Los roles contemporáneos se han desdibujado (la hembra puede
traer recursos al hogar y el hombre puede criar eficazmente, aunque aún en
número escaso). La educación de una sociedad concreta puede modelar los rasgos
genéticos de tal forma que la mujer persiga rasgos que no son ANE (también
hombres que desean mujeres no atractivas) debido a la asimilación de ideas o
valores morales o religiosos, como la pertenencia a un concreto grupo o tribu
social con sus esquemas propios o el seguimiento de alguna doctrina filosófica
(véase la judeocristiana). Pero en casi todos estos casos esta tendencia se
solapa con un deseo personal de que la relación perviva, como ejemplificamos
anteriormente.
Aun así, el núcleo genético y su inercia de miles de años no
desaparece, y se da el fenómeno del “lo quiero todo” o del “duro por fuera,
blando por dentro”, por el que la mujer, a la hora de hacer el cómputo de
rasgos que quiere en su hombre, exige la convivencia de rasgos que a menudo son
incompatibles: que aparente ser ANE por fuera, pero sea comprensivo y sensible
por dentro (malo por fuera y bueno por dentro, ángel y demonio, las dos cosas
en función de lo que toque en la situación actual). La educación recibida por
las mujeres y considerada de su propio rol asegura en sus presupuestos que
estas cualidades no solo son posibles sino además exigibles. El resultado de
ello es una frustración cíclica durante el período vital femenino.
Conclusión
El hombre ANE o llamado coloquialmente “malote” resulta más
atractivo sexualmente para la hembra humana (hallándose paralelismos con otras
especies), debido a que los rasgos ANE anuncian características muy notables y
positivas entre las que destacamos la seguridad en sí mismo y su iniciativa, y
la agresividad al servicio del estatus y la protección personal; que son
cualidades que correlacionan altamente con el “malote” y en una proporción muy
baja con el “buenazo” o “pagafantas” (que será seleccionado para el compromiso
y cuidado de los hijos, o siguiendo el lenguaje coloquial, “trabajo de machaca”).
El deseo / necesidad de poseer las dos facetas hará que la infidelidad sexual femenina
sea tan frecuente como las masculina (aunque la opinión coloquial no científica
asegúrelo contrario).
Unos ejemplos actuales de la tendencia primaria o primitiva a
emparejarse sólo teniendo en cuenta las señales biológicas, no culturales lo tenemos
en las parejas tópicas formadas por “millonario-tía buena” o “futbolista-modelo”
(en la primera priman los recursos del macho y la estética y juventud de la
hembra, en la segunda es reseñable que el macho alfa posee además de los
recursos, los rasgos físicos idóneos).
El malote está diseñado para fecundar y perpetuarse. El
buenazo para mantener las crías sean suyas o no. La hembra de la especie no es
consciente debido a la represión de la educación, pero lo sabe de forma inconsciente,
y ejecuta para tal efecto. El enganche de la hembra a un macho ANE durante
períodos largos de tiempo es producto de procesos adictivos fundados en
desadaptaciones emocionales infantiles, y se considera una anomalía.
Estos procesos explican fenómenos tan frecuentes como los
que observamos en las mujeres al decir que prefieren hombres comprensivos,
inteligentes, que las respeten (acentúan aquí la parte del hombre para el
compromiso a largo plazo obviando los otros aspectos), incluso clásicos o
pijos, amigos de la suegra y pasado por el filtro valorativo de las amigas;
cuando en realidad, en el fuero interno optan por el que actúa
despreocupadamente, impone su norma u opta por perfiles estéticos que van desde
el curtido de gimnasio al hippie tarifeño. Es una forma de autoengaño
óptimamente diseñado por la naturaleza para perpetuación.
El proceso psicológico descrito es paralelo en hombres
respecto a mujeres. Sólo hay que permutar los rasgos de personalidad deseables
desde el punto de vista biológico.
Hoy tampoco he insultado a nadie, pero ahí va. (Si eres
pagafantas es cosa tuya, ya sabes lo que hay).
Podéis ir en paz.