Sed bienvenidos...

... los que estáis asqueados de toda la Tontería que nos rodea, los que estáis hasta los cojones/ovarios de aguantar imbéciles e incompetentes, los que tenéis que reventar y no podéis porque vuestra castrante moral judeocristiana os lo prohibe, los que sufríais de pequeños las mofas de seres inferiores, los que esforzándoos no obtenéis recompensa, los que vivís en un mundo que no es para vosotros, los que sabéis parte de la verdad pero os toman por locos, los que necesitáis opinar sin ser juzgados por ignorantes, los que pudiendo cambiar las cosas aún dormimos.

lunes, 17 de enero de 2011

THE GORRILLA´S WAYS

Hermanos, hermanas...

En la vida están los que pagan y los que cobran. En términos dicotómicos (y si “entendemos” lo de pagar y cobrar) no suelen coincidir. Yo pago todos los años mi impuesto de circulación y toda la pesca, junto con los demás robos que desde hacienda se me practiquen. Los cientos de euros que sean, en teoría y corríjanme si me equivoco, son para poder ir con el coche por la ciudad y todo eso, aparcar, y lo que se tercie. Pero dicho impuesto es un paripé. Queda olvidado y obsoleto a diario, en el momento en que al aparcar, un yonki te espera al salir del coche con la mano extendida para que le apoquines, no se sabe por qué.

La actividad gorrilla, muy extendida en el sur, pertenece a esa ancestral y pícara inercia cultural tan mamada en estos lares de mantener ingresos no haciendo ni el huevo, exigiendo compensación por méritos inexistentes, inventando formas remuneradas de dar por el culo a los panolis contribuyentes (contribuyentes, porque se entiende que los hay que no contribuyen). Otros criminales de mayor calibre son los del tipo madredelacampanario, cuya actividad consiste en inventarse una discapacidad, untar de manteca, o trabajar el pilón del que proceda, y pasar toda la vida rascándose mientras se disfruta de paga vitalicia no merecida (aunque eso es problema menor). En fin, que son de esos que se parten la cara por ser minusválidos (no les basta con no tener honor).

Si se analiza el proceso, inmediatamente se cae en la cuenta del contradiós que supone todo esto:

El fulano conductor recorre las calles cercanas a su destino y se prepara para elegir aparcamiento. Es de esas ocasiones en las que hay espacio de sobra, muchas plazas. Es un ciudadano al uso pero no es gilipollas; por lo cual percibe todos los huecos él solito. Aparece el gorrilla, espécimen del submundo, ataviado con un chaleco florescente mangado y una gorra que anuncia un desodorante, incapaz de tapar la pinta de aficionado a la heroína, con mierda hasta en el cielo de la boca, que hace indicaciones de “aquíaquí” con aire diligente mientras sostiene un cigarro en la boca. El fulano se caga en todos los nombres del santoral, preguntándose cuándo carajo ha llamado él a un asistente privado y personal en menesteres automovilísticos. El gorrilla se ha puesto él sólo allí, porque él lo vale, directamente de la concejalía de fomento del extrarradio; es autónomo pero sin cuota trimestral, se sacó el título de la punta del tema, y está allí para satisfacer las necesidades de los conductores, quieran o no quieran… y si no las tienen, que las tengan por cojones.

El fulano sale del coche y se encuentra al hideputa con la mano palma arriba y mirando a otro coche que entra en la calle, dando por hecho que merece retribución simplemente porque había huecos en la calle. Es decir, en un alarde de infrarrazonamiento, el yonki entiende que los huecos son debidos a su acción laboral. Se comprende el hercúleo trabajo físico e intelectual que supone apuntar con el dedo a un hueco (capacidad que los demás adquirimos ya a edades preescolares). El ciudadano promedio, sintiendo una razonable aprensión y vaticinando un rayón en el coche o un faro roto practicado por el profesional callejero, paga religiosamente el no-perjuicio futuro de su vehículo, además de evitar encares, insultos, y “llamoamisprimos” varios. Es decir, extorsión.

La frustración del ciudadano pagador de impuestos crece con estas situaciones hasta que en un futuro, el juicio final llegue inesperadamente un día de estos debido a la toma de conciencia colectiva de la tocadura de pelotas a la clase media.

Lógicamente, todo hijo de vecino o ciudadano promedio está harto de que, ya le venga del gobierno o de los vagos y maleantes que prefieren pegarse fuego a trabajar, se le mangonee y se le chupe los ahorros porque sí. Porque eso está claro, ya sea al yonki callejero o a las empresas, o a los bancos o a lo que sea, a todos les gusta cobrar. Pero darte… ni las gracias. Los que cobran y los que pagan. Ahí está. La penitencia para los gorrillas, y hoy estoy magnánimo, será la de seguir recaudando pasta, pero donarla 100% a ONG´s. Hoy erigimos al gorrilla como símbolo de este rasgo tan querido y aplaudido en España: el robo legal al prójimo en toda la jeta.


Podéis ir en paz.

1 comentario:

  1. Creo que en el asunto gorrilla hay algo que se nos fue de las manos en algún punto. Usted y yo recordamos el tiempo en el que no había gorrillas y quien te tendía la mano era aquel pedigüeño que clamaba por algo de suestecillo: LA VOLUNTAD.

    Hoy los mismos mendigos ejercen de gorrillas, se reparten las zonas, tiene guerras abiertas con los extranjeros, te amenazan si no les das nada y se quejan si le das poco. A estas personas habría que recordarles que cuando se el da un euro o unos céntimos no es porque hayan desempeñado un trabajo, sino porque uno les da por compasión, devoción o pena algo de suelto, pero los que no somos devotos y no sentimos pena o compasión por ellos podemos perfectamente pasar de sus huesudos culos.

    Yo tengo una actitud similar hacia los gorrillas con las gasolineras de autoservicio. Si es posible hay que esquivarlas, pero si por cojones necesitas usarlas más vale que la cosa no sea cara ni desagradable, porque si es así se pone un punto negro en la zona y será la última vez que esas personas vean mi dienro.

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