La India, como cualquier otro país, está lleno de iluminados y sobredotados para entrever la cuestión espiritual de los asuntos, y de paso sacar tajada. Si en ese aspecto, esta región es especial (a parte de por su religión y sociedad en estado aún primitivo) es por no sólo tener iluminados autóctonos, sino también gilipollas atraídos de otros confines.
Los brahamanes hindúes no son idiotas, saben del comercio y de la ignorancia, de la estupidez supina de los occidentales vacíos que buscan la verdad, y de la fácil manipulación del indio sin estudios; así que muchos se anuncian en las calles con carteles como los pisos VPO, con colores y montajes llamativos para captar incautos. Imagínese que los curas hicieran eso aquí: por una inexplicable razón el occidental ve esto bien allí, pero aquí le resulta aberrante. El brahamán, tras recibir las ofrendas en dinero de los parroquianos del templo al dios de turno, casi sin disimulo pilla unos billetes del plato de ofrentas, se lo mete en el bolsillo y se va para la calle; tampoco el del oeste parece verlo raro. Cuando tiran los restos de los difuntos al río en cantidades enormes junto con restos inorgánicos contaminando a saco, eso en la India queda guay… pero si se hiciera en el Duero, sería una guarrada de tres pares de cojones.
Entiéndaseme al hablar de esto, que no menosprecio en absoluto las devociones personales ni las experiencias que uno pueda vivir en la India (puesto que conocer otras experiencias es aprender). Pero desde que Occidente es imbécil, pusilánime y falto de sustancia, busca desesperadamente en culturas exóticas, todo lo que anhela encontrar y no percibe aquí porque lo tapan los artículos omnipresentes del Media Markt, los concesionarios de Audi y la telebasura.
La India está llena de iluminados foráneos, es decir, de occidentales redescubiertos que fueron allí buscando la espiritualidad que no hallaban aquí, la auténtica y genuina. Gente que rechazaba en su cultura a Cristo y al capital de las empresas, pero que sí estaba dispuesta a creer en dioses mutantes con cabeza de elefante y llegar al éxtasis a base de porros (quizás una forma como otra cualquiera de huir, de evadirse, de no afrontar el mundo). El empanado de turno de la foto, con cara de inhabilitado vital, representa la realidad, lejos del romanticismo buscado, del iluminado que encuentra la forma de no ducharse y vivir sin dar palo al agua (en su camiseta, vemos el retrato de su guía espiritual, Don Roberto Marley).
En la India yo no he visto una espiritualidad diferente a la vista en el resto del planeta. He visto devociones intensas, como siempre de la gente pobre (y aseguro que el país está rebosante) que no teniendo formación, no cuestiona ni su situación social ni su determinismo religioso. Cosa que los occidentales traducen, no en credulidad e ignorancia, sino en seguridad. Seguridad de que se reencarnarán, de que les acogerá Brahma al final de su ciclo, de que la muerte es un trámite que te lleva a algo mejor (en definitiva, cosas que ya nos suenan de aquí porque nada de esto es nuevo, por muchos libros de Sai Baba que te leas ciego de cannabis). El occidental ve esto y alucina: qué seguridad, qué espiritualidad tiene esta gente, que paz ante la muerte… y deciden que su sitio está allí, formando parte de la inmóvil estructura social de la India, diseñada para que el rico siga siendo rico y el pobre, pobre (el sistema de castas y la religión cuidan de que así sea).
Vemos entonces a jóvenes y no tan jóvenes europeos y americanos, en los gaths de Benarés, sentados a orillas del Ganges con la mirada perdida en el infinito, y disfrazados de una mezcla entre Joan Baez y Jimmy Hendrix, pensando: “jo, pff, ya se la verdad… esta gente auténtica, que vive sin nada y es feliz, y yo aquí de guay entre ellos haciéndome notar… es la hostia… en plan buda aquí… a ver si se me acerca el santón ese y hablo con él del nirvana y me dice algo flipante y comparte el peta conmigo… y yo aquí con mis sandalias y mi manta, que estoy para foto del Nachional Yeografic aquí con mi comuna de amigos hippilones… joder, aquí tenemos que fundar un hogar utópico de estos y criar niños en esta pobreza salvadora…” El hippie europeo, dos meses después, echa de menos el frapuccino del Starbucks y su portátil, y tirando de la tarjeta de crédito que los padres le engordan desde Londres, se coge un avión y vuelve a la espiritualidad de los almacenes Harrods. (En la foto, niña occidental pseudocriada por comuna hippie en Varanasi; la madre o lo que sea está sentada en el río con mirada porrera y comida de piojos).
La India está llena de iluminados foráneos, es decir, de occidentales redescubiertos que fueron allí buscando la espiritualidad que no hallaban aquí, la auténtica y genuina. Gente que rechazaba en su cultura a Cristo y al capital de las empresas, pero que sí estaba dispuesta a creer en dioses mutantes con cabeza de elefante y llegar al éxtasis a base de porros (quizás una forma como otra cualquiera de huir, de evadirse, de no afrontar el mundo). El empanado de turno de la foto, con cara de inhabilitado vital, representa la realidad, lejos del romanticismo buscado, del iluminado que encuentra la forma de no ducharse y vivir sin dar palo al agua (en su camiseta, vemos el retrato de su guía espiritual, Don Roberto Marley).
En la India yo no he visto una espiritualidad diferente a la vista en el resto del planeta. He visto devociones intensas, como siempre de la gente pobre (y aseguro que el país está rebosante) que no teniendo formación, no cuestiona ni su situación social ni su determinismo religioso. Cosa que los occidentales traducen, no en credulidad e ignorancia, sino en seguridad. Seguridad de que se reencarnarán, de que les acogerá Brahma al final de su ciclo, de que la muerte es un trámite que te lleva a algo mejor (en definitiva, cosas que ya nos suenan de aquí porque nada de esto es nuevo, por muchos libros de Sai Baba que te leas ciego de cannabis). El occidental ve esto y alucina: qué seguridad, qué espiritualidad tiene esta gente, que paz ante la muerte… y deciden que su sitio está allí, formando parte de la inmóvil estructura social de la India, diseñada para que el rico siga siendo rico y el pobre, pobre (el sistema de castas y la religión cuidan de que así sea).
Vemos entonces a jóvenes y no tan jóvenes europeos y americanos, en los gaths de Benarés, sentados a orillas del Ganges con la mirada perdida en el infinito, y disfrazados de una mezcla entre Joan Baez y Jimmy Hendrix, pensando: “jo, pff, ya se la verdad… esta gente auténtica, que vive sin nada y es feliz, y yo aquí de guay entre ellos haciéndome notar… es la hostia… en plan buda aquí… a ver si se me acerca el santón ese y hablo con él del nirvana y me dice algo flipante y comparte el peta conmigo… y yo aquí con mis sandalias y mi manta, que estoy para foto del Nachional Yeografic aquí con mi comuna de amigos hippilones… joder, aquí tenemos que fundar un hogar utópico de estos y criar niños en esta pobreza salvadora…” El hippie europeo, dos meses después, echa de menos el frapuccino del Starbucks y su portátil, y tirando de la tarjeta de crédito que los padres le engordan desde Londres, se coge un avión y vuelve a la espiritualidad de los almacenes Harrods. (En la foto, niña occidental pseudocriada por comuna hippie en Varanasi; la madre o lo que sea está sentada en el río con mirada porrera y comida de piojos).
Los brahamanes hindúes no son idiotas, saben del comercio y de la ignorancia, de la estupidez supina de los occidentales vacíos que buscan la verdad, y de la fácil manipulación del indio sin estudios; así que muchos se anuncian en las calles con carteles como los pisos VPO, con colores y montajes llamativos para captar incautos. Imagínese que los curas hicieran eso aquí: por una inexplicable razón el occidental ve esto bien allí, pero aquí le resulta aberrante. El brahamán, tras recibir las ofrendas en dinero de los parroquianos del templo al dios de turno, casi sin disimulo pilla unos billetes del plato de ofrentas, se lo mete en el bolsillo y se va para la calle; tampoco el del oeste parece verlo raro. Cuando tiran los restos de los difuntos al río en cantidades enormes junto con restos inorgánicos contaminando a saco, eso en la India queda guay… pero si se hiciera en el Duero, sería una guarrada de tres pares de cojones.
En definitiva, el iluminado encuentra lo que quiere encontrar, y el ser humano mide con distinto rasero lo que quiere, según el resultado que pretenda de la operación.
El occidental y su miedo a la muerte, junto con la cortina de humo que ha creado para no verla, con artículos hedonistas de consumo y necesidades innecesarias… ha olvidado que es estúpido buscar en otros rincones lo más exóticos posible lo que siempre ha estado aquí, y dentro de uno mismo. Ha olvidado que para reencontrarse hay que hacer un viaje interior, preguntarse a uno mismo y apechugar con las respuestas, ser consecuente con ellas, y ser libre.
(Por cierto, el viaje a la India, muy recomendable para el que quiera aprender y vivir cosas, como todos los viajes, una gran experiencia. Os dejo un par de fotos de la verdadera India milenaria).
(Por cierto, el viaje a la India, muy recomendable para el que quiera aprender y vivir cosas, como todos los viajes, una gran experiencia. Os dejo un par de fotos de la verdadera India milenaria).
Que Shiva y Kali nos cojan confesados.
Podéis ir en paz.
Podéis ir en paz.
Feliz vuelta a casa, Predicador.
ResponderEliminarDe vez en cuando coincide que abro el blog y usted ha escrito algo en el suyo y de pronto recuerdo que existe y leo como nueve entradas de golpe y me hago cargo del inmenso mojón de planeta que habitamos y tengo que parar a respirar...
...hondo...
...contar hasta diez, o trece...
Moraleja:
mi propósito para este año es leer con regularidad lo que usted escribe; ni siquiera yo soporto tamaña dosis de realidad de la peor.
Ah, y me cago en los propósitos de año nuevo.
Ja,ja... Claro, las pataletas terapéuticas hay que practicarlas con moderación; de golpe podrían provocar sobredosis. De todas formas, tras recordar que el mundo es lo que es, tómeselo con humor e ironía. En definitiva, despotricamos para reírnos un rato. Encantado de volver a recibirla por aquí...
ResponderEliminarY yo también me cago en los propósitos de año nuevo. Algún día les dedicaremos un post.
Esto es una especie de constante. Basta que haya algo interesante o bueno en el mundo para que un grupo nutrido de subnormales tarden décimas de segundo en hacerse abanderados de la causa o fieles seguidores “de toda la vida”. Esto se aplica en todos los campos y en todos los entornos. La pregunta que escuece es “¿acaso este fenómeno hace el hecho meno interesante?” la respuesta es que sí.
ResponderEliminarSi para disfrutar de algo que te atrae tienes que bregar con la flor y nata de los iluminados del surticién y los brand new entendidos del sector en sí, la cosa se vuelve menos atractiva para personas que no sean amantes del buenrrollismo y el colegueo sin sentido.
En temas espirituales la cosa se hace más patente (tal y como usted deja bien reflejado), pero es increíble ver que el mismo nivel de pasión se vuelca en las doctrinas de fe o en el ensalzamiento de las características de una bebida refrescante… y mucho me temo que no son nuevos dioses los que lo generan, sino los mismos penosos de toda la vida.