
Detecten ustedes la dificultad de la población media para pronunciar la palabra “pograma”, pero admiren no obstante con que rapidez y soltura te aprende a decir cualquier fulano el término “fibromialgia”, cuando se halla motivación por medio.
En esta cultura nuestra del “tú hazte el tonto”, encontraremos fácilmente multitud de incentivos para hacerse con un diagnóstico de minusvalía, o cualquier trastorno médico o psicológico que a uno le libere del infame e indigno acto de trabajar u otras actividades esforzadas. Como hemos dicho otras veces, el español ya se cree un noble desde la cuna, y currar siempre fue de proletario bajuno.
Estos pecadores dicen que están depresivos cuando en realidad quieren decir deprimidos (esa cuestión lingüística es sumamente importante). Pero “depresión” suena jodido; quiero decir, que suena estupendamente, suena a baja, suena a que le den por culo al tajo que prefiero el sofá. De repente todo Cristo está de baja por depresión. Muy posiblemente sea el tema 2 de las oposiciones a funcionario. Lógicamente las ventajas de estar depresivo-deprimido son lógicas y cuantiosas (de momento, cobrar mientras te rascas).
Los fibromialgiosos que te salen de debajo de las piedras son para echarles de comer a parte. La de gente sensible que hay que convierte en enfermedad sobre papel el típico dolor generalizado de cuerpo debido a no hacer ni puto ejercicio con él. Me duele, ¿dónde?, en tos laos… Claro que sí, así de fácil. Yo me imagino que al que tenga fibro de verdad le hará una gracia loca que se hagan pasar por afectados de esta mierda. Imagínense: hay quien tiene esta enfermedad y además depresión (aderezada con unos poquillos ataques de ansiedad de estos de simularlos y te vienen todos a cuidar y darte agüita), cuando en realidad lo que tienen es los músculos atrofiados del infrauso y la flojera crónica, y un aburrimiento de tres pares por falta de iniciativa, además de ganas de ser el centro de atención y no dar golpe. No hay mejor excusa que fingir una crisis de ansiedad – muy generalizado en la población cañí femenina – para quitarse de en medio las obligaciones y que te den lo que pides; y eso lo sabe hasta la maruja más bordeline del bloque. Pero lo peor es cuando se agencian una paga por ello. Hay gente en silla de ruedas sin piernas ni pensión, mientras muchos de estos pecadores se toman 30 cervezas a costa de nosotros y sin apechugar. Toda esta fanfarria de titiriteros irredentos no tienen alma ni perdón de Dios.
Lo malo es que esto empieza desde que el español es infante. “Mi niño es especial” es una frase tan repetida como “mi niño en verdad es inteligente”. Ahora todos los niños son especiales por muy gilipollas que sean, para los ojos de los padres. Hace unos años fue la dislexia, luego la hiperactividad… después vino el síndrome de Asperger, y ahora el bullying. A cada trastorno que sale hay una caterva de imbéciles que se apuntan a tenerlo, con tal de trabajar menos que el prójimo, dar penita, y engrosar la lista de concursantes del Gran Hermano. Antes los padres soñaban con que sus hijos les salieran bien (formales y limpios), y ahora sueñan con conseguirle al niño una discapacidad que les aporte a los progenitores dos cosas: librarse de la responsabilidad de educar para delegarla en la Providencia, y coger el dinero de las becas por discapacidad (seguramente para renovar la cocina), o lo que es lo mismo, chupar del bote.
Señor… ya se que de vez en cuando me repito con estos temas, pero me preocupa sobremanera los seres con los que estamos poblando el mundo. Llévales a ellos o llévame a mí. Mándanos una señal, un tsunami o lo que tengas a bien para acabar con esto.
Al próximo puto vago que escuche que se coge una baja de tres años porque le duele la barriguilla, le saco los ojos y se los meto por el culo… y de paso ya tiene la primera colonoscopia gratis.
Podéis ir en paz.
(Demostración: banalización de la patología, a cualquier cosa la llaman ansiedad)