Hermanos, hermanas...
Más que entendidos, enteraos. Con la edad cada vez me revienta más escuchar en la mesa de al lado al típico capullo de profesión liberal y cuenta corriente abultada (al que le ha ido bien la vida por el mucho lloriquear y el mucho arrejuntarse al sol más caliente) hablando de vinos y sentando cátedra. El tipo ha leído algún artículo del Ribera del Duero y lo suelta de memorieta a la chavala en edad de merecer que ha invitado hoy a cenar. Eso le da un aire cultivado y viajero que abruma al personal; nada como recitar: “Si… un oloroso, levemente afrutado, con cuerpo (hace círculos con la copa y la inclina), un buen año el 64 (lo huele), nada que ver con ese vino de Milán que adquirimos el mes pasado, estuve allí ¿sabes? (lo degusta y hace ruiditos asquerosos, como con la boca pastosa, tsah-tsah), pruébalo, ¿notas ese fondo de mar y viñedos? Perfecto para acompañar un Beaf al amontillado…” Es la demostración de que no teniendo ni pajolera, si cuidas la forma en que dices algo y le imprimes seguridad y descaro, puedes cagarte en la Virgen del Carmen y hasta el Papa asentirá complacido.
Conozco a un enólogo que regenta un vegetariano (el cual también atiende como camarero), que me contó una anécdota. En una mesa un entendido le dice que le traiga el vino tal del año tal, que resulta imprescindible para degustar el menú. El camarero, que se calla ante los culturetas gastronómicos por lo del cliente y la razón, hace lo que se le pide. Al traer la botella es obligado a escuchar la disertación vinícola que el cliente enterao insiste en pregonar en alto a las mesas circundantes (quiere hacer ver que es un sibarita, un aristócrata de la cocina, un amante de la cultura deconstruida del vivo al bollo, y un alegre y vital burgués que valora los placeres de la vida desde que estuvo en alguna isla griega, en la que aprendió a decir que el vino es como una mujer y chorradas machistas por el estilo). El camarero, al que se le inflan las gónadas sobremanera, expresa con respeto que el vino pedido no es la mejor elección. El cliente le porfía porque mira que yo se mucho de vinos y que hace un mes fui a unas jornadas vinícolas que lo flipas con expertos y todo eso. El camarero recita inesperadamente el título de las jornadas de enología… y ante la sorpresa del sibarita le informa de que él mismo era uno de los profesores de la conferencia. Ea, ahora te callas, te vuelves al plato, y a comer tranquilito y a chulear de constructoras, de abogados, de euros y de lo que tú entiendas, porque hay riesgo de hacer el ridículo cuando no sabes quien te escucha o a quién tienes delante, digo yo, sobre todo cuando eres el típico gili que acompaña con un periódico el desayuno para aparentar en la plaza del pueblo.
Ilustrativos son los ancestrales entendidos del mundo del toro. Tienen la facilidad de decirte las cosas con corbata. Me refiero a que yo no me creo igual la frase "José Tomá lo que tié que hasé eh heshá la muleta máh par tendío" si me la dice un pureta acorbatado y con puro, que un tío en camiseta y con la gorra pa´trás. Estos tíos tienen señorío, tienen casta, un poderío y unas sevillanas maneras, que él habla y tu te callas... y punto. En el proletariado de esta estirpe está el entendido del fútbol, más de andar por casa, pero con sentencias airadas y críticas, con desconocimiento de causa, que tiene a bien ponerse de salvador estratégico de su equipo (lo que pasa es que no es entrenador, que le pongan a él, cagoenmiestampa), pero sin reparar en el deshonroso billetaje que cobra su ídolo. Estos son los mismos que no caben en sí de gozo cuando la parienta le pregunta al niño qué quiere de comer y el niño responde que se meta la comida por el mojino, que ha perdido el Betis y toca luto.
Pero nada. El gran Ortega, como cito siempre en su Rebelión de las masas, ya nos advirtió. Pasen y vean al tocapelotas de turno que entiende de formula 1 (aunque empezara a entender de ello, casualmente cuando Alonso ganó su primer mundial) que sabe que los ingenieros de la escudería no tienen ni puñetera idea porque esos neumáticos no se ponen con lluvia, si lo sabré yo. Y esto lo dicen gachós muy afectados con el tema que no han dado un palo al agua en su vida y mientras se toman una cervecita.
Igual que los pseudointelectuales que se han apuntado últimamente a entender de perros. El otro día escucho a uno escupiendo gafapasteces sobre la aptitud del perro tal o cual y de las cualidades del pedigrí no se qué. Si es que se vieron la primera temporada del encantador de chuchos y se creen que saben más que el César Millán ese. De todas formas, los que más me molestan son los de los vinos. Valientes fantasmones chupapuros.
Estos frotacalvas lo que hacen es intentar “distinguirse por algo distinguido” como toda la vida de Dios. Poner distancias entre ellos y el populacho que no tié cultura ni tié ná. El vino es imprescindible... El vino es una bebida y ya está. Como el agua, como el zumito de naranja de tu niño en el recreo. No le des más vueltas, carajote.
Este camarero que os comento, es dado desde entonces a ciertos experimentos con los entendíos.
- Pues te voy a traer un vino para que lo pruebes que es magnífico – dijo, y mezcló tres o cuatro vinos llevándoselo al sibarita para su degustación.
- Uhmmm, magnífico, delicioso. ¿Qué vino es este?
- Este vino es una mierda – y le explicó sobre el potaje de bebidas que había hecho.
Qué pena, hermanos. Querer ser pero no ser. La gente quiere saber más que el perito de la obra, decirle al profesor del niño lo que tiene que enseñar, al psicólogo el diagnóstico que dar, al médico lo que le tiene que mandar… Patetismo al cuadrado e inconsciente. Y además con valentía, cualidad generalizada entre el ignorante común. Vergonzante sociedad de arreglabajos y maestroliendres…
Lejos… nuestras abuelas y sus ecos, nos dicen la sabia frase: “Tú haz caso al médico, que ha estudiado”. Pues eso, si quieres saber de algo, no basta con parecer, hay que ser.
Podéis ir en paz.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Los entendíos son casi peores que los pedantes. Creo que un pedante suelta su retahíla cultureta cuando tiene ocasión, pudiendo percibir en sus caras esa ansia viva por cañetear hacia fuera ese dato con lo que el otro quedará maravillado.
ResponderEliminarSin embargo el ser entendío es toda una actitud porque lo es hasta cuando duerme. La diferencia entre ambos es que un pedante puede estar de acuerdo contigo pero el entendío jamás lo estará.
Éste te planta un NO siempre por delante, abanderando sin disimulo que él siempre encuentra lo mejor, el mejor precio a la mejor calidad y que lo ha visto aquí y allí porque él tiene una capacidad para discriminar de la ostia entre lo malo y extraordinario. Es la versión cutre del pedante de barriada.
Desde que vivo lejos de la urbe creo poder decir que esto resulta ser un mal endémico de la capital más que de los pueblos. El cosmopoliteo es lo que tiene.
Además, los entendíos son fáciles de detectar. Al igual que un tiburón huele la sangre a kilómetros, un perrete huele el celo de una perreta, o un milano detecta una carroña en la carretera, cualquier persona con sentido común advierte la presencia de esta caricatura desde que abre la boca para decirle al personal lo mucho que "yo he estado, yo he probado, pues yo, yo, yo " con el postureo y otros ademanes gestuales de boca y manos.
Lo propio en estos casos es ser cautos y mantenerse lejos, antes que os escupan un discursillo que nos haga perder aunque sea un minuto de vuestro valioso tiempo.
Más razón que un santo, hermano. En los últimos días he conocido a un enterao de los buenos. Lógicamente la gente tiende a evitarlo, a darle largas, pero es increíble cómo estos personajes han perdido la capacidad para detectar cuan por culo están dando y lo jartibles que son. El tío entiende de música, de arte, de política, de lo que sea, por supuesto con ese NO que usted a remarcado en su magnífico comentario, ante cualquier argumento de uno. Por eso resulta divertido empezar una disertación explicándole una hipótesis de su propia cosecha (que le escuchaste ayer). Y sorpresa: la ley se cumple. El tío te dice que no (¡contradiciendo su propio argumento!)... Jajaja... Animalito.
ResponderEliminargrande "er selu", hermano, grande tu post. Yo sufro en mis cannne una enterá que desayuna lengua y que ni siquiera le importa que la estén escuchando, porque ella se encanta y su única afición en este mundo es escucharse a sí misma (y el vaguneo disfrazado de pijismo, pero ese es asunto para otro post). Me siento impotente por no tener la capacidad de dejarla un día con la palabra en la boca y darme la vuelta tan pancha...Me siento torpe cuando, ingenua, trato de interactuar con ella y me topo con un muro hecho de prejuicios y complejos. Creo que la indiferencia es el arma. Ya os contaré si obtengo resultados. Paz y bien, hermanos y hermanas.
ResponderEliminarCreo que efectivamente la indiferencia es lo mejor. Lo demás no me ha funcionado. Se trata de desconectar y mirar para otro lado, pensando en tus cosas, cuando te fusilan con sus chorradas. Y luego contestarles con otra cosa diferente. Otra opción es meterles su propia lengua en el ojete.
ResponderEliminarEl milagro de los entendíos es que con poca información se establecen como expertos y si unimos este fenómeno con el brote de teléfonos con conexión a Internet alcanzamos una ser casi mitológico: EL ORÁCULO DE CHICHINABO.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que es más que interesante tener una cultura general y que especializarse en algo en concreto por afición o por obligación es un ejercicio sano para la mente, pero lo que no me cabe en la cabeza es que alguien te quiera hacer entender que sabe “todo de todo”.
Lo realmente interesante de estas figuras (tal y como hizo el camarero citado) es destaparlas en público, y el tema es que es muy sencillo hacerlo. El oráculo de chichinabo sólo se aprenderá los datos más anecdóticos para que no se le olvide y para que deje huella en los contertulios.
La manera más sencilla de dejarlos suavitos es preguntándoles lo más básico porque a la hora de escoger datos presuponen que aprendiendo lo más sencillo no podrán sorprender a nadie.
En futuros encuentros con este tipo de personas aplíquense el cuento y vigilen las miradas furtivas al smartphone de marras.