Hace 11 años estuve en la capital del imperio: New York. Hubo dos cosas que me impactaron sobremanera durante la primera impresión que tuve de la gente de allí. La primera, que las niñas de 11 ó 12 años iban maquilladas como las adultas. La segunda, que todos los tíos que se me cruzaban por la calle estaban petados. Ambas tendencias llegaron al poco tiempo a España, de manera que al mozalbete de 18 años - acostumbrado a que todo maromo paseante es un puto Capitán América - que lea esto podrá parecerle una tontería; pero que sepa, que no hace mucho tiempo, todos los que pasábamos por la calle eramos enclenques, o lo que viene siendo normales.
En la última década el gimnasio ha sido el negocio más rentable de los barrios. De cualquier barrio. Si sales a la calle a comprar pan te cruzarás con unos cuantos petaditos sin cuello, bajitos pero de cuerpo cuadrado como Bob Esponja, cabeza pequeña y crestita, marcando bajo una camisetita de talla S.
Todo hijo de vecino que se precie necesita estar petado. Es un criterio mínimo para ser atendido por las pijas de sitios de moda, además del de no saber leer. No dedican tiempo a la cultura. Tampoco dedican esfuerzo al cuidado interior. Pero para marcar el triceps estos tíos se parten el espinazo a muerte. Van a saco. En las fábricas hedonistas podréis satisfacer vuestra curiosidad taxonómica intentando clasificar las subespecies sumamente interesantes que se encuentran en dicho ecosistema:
El dueño del gym: Este tipo es buena gente, está preocupado por el negocio, porque vaya bien. Intenta en la medida de las posibilidades ser educado y moderadamente simpático con la gente. Está, como no, cuadrado, para predicar con el ejemplo. Todo dueño de gym ha sido en su día campeón de España de algo (kickboxing, fitness, o lo que sea). Cuando el gym no es tal, sino que se trata de una tapadera, se nota porque aparece poco por allí.
El encargado animoso: Este espécimen me encanta. Se cree el alma de la fiesta. Liga con las clientas descaradamente, que por supuesto le hacen caso. Te anima con palabras como "campeón" o "máquina". El cargo de encargado es sólo una cuestión lingüística porque suele pasar de cuidar el cotarro más allá de cambiar el canal de la tele con el mando o explotar su complejo de relaciones públicas frustrado. Complementa sus ingresos trabajando como gorila de discoteca los fines de semana por la noche.
La profesora de aerobic: Esta tía, depende cómo la mires, a veces no sabes si es macho o hembra. Las hay buenorras, no te digo yo que no, pero suelen estar duras como piedras, y a veces tienen pectorales. Gritan como condenadas frente a los espejos.
El entendío: Se trata de un fulano abundante en esta comunidad. No acabó el PCPI de chapa y pintura pero sus años de experiencia en la sala de musculación le han doctorado en la vida, o eso cree él. Se acerca y te dice lo que tienes que hacer, la dieta que tienes que llevar, y los botes de colacao de protéinas que tienes que comprar: "Mira, aquí me haces unas superseries, y allí le vas aumentando kilos... me comes 10 comidas al día a base de atún y pollo que eso es proteína pura... vamos, que te vas a poner que no te va a conocer ni tu señora madre, campeón". Su máxima es llegar a opositar para policia local, pero es sólo un sueño. Al pasar por delante de uno de los numerosos espejos del gimnasio, se admira complacido.
El gordito con aspiraciones: Es un pobre hombre, simpático para ocultar el complejo, que sólo hace cinta andadora. El primer día. El segundo no ha ido.
Las tías hipoactivas: Maquilladas y vestidas para no arrugarse, de sport pero divinas, no hacen nada. Esperan la hora del aerobic pero no entran a la sala. Su misión es hablar con los maromos, pavonearse ante el encargado y aceptar sus piropos mientras bailan sinuosamente las piezas clásicas de Máxima FM. Tienen una vida muy tonta cuya función es ser admiradas. El por qué están buenorras es un misterio porque no es debido a la acción eoróbica ni anaeróbica; muchos lo explican por la constitución suertuda y el metabolismo joven que aún poseen.
La acomplejada: Es como el gordito pero sufre más. Su mirada al entrar al gimnasio es aprensiva. Los ojos y comentarios crueles por lo bajini de las hipoactivas se le clavan en la nuca como banderillas. No habla allí, pero el resto del día raja por doquier de lo hijaputas que son las zorras del gimnasio. En un 50% tiene razón, en otro 50% es por envidia.
A mí todos estos tíos me caen bien, en serio. Aunque pecadores, me resultan simpáticos. No tienen la culpa de ser así (o por lo menos no en gran porcentaje); son productos, pobre gente que quiere tener el canon que se impone, que se mata por él, por ese canon que es una de sus aspiraciones trascendentales (como ir de copas y tirarse a las más guarrillas). Son carne de cañon para el Gran Hermano y programas de Telecinco por el estilo. Es más, estoy seguro que la cadena hace los castings en los gimnasios.
Todo esto lo digo para informar a los que en verano quieran modelarse, sobre lo que encontrarán. Y a los petaitos, decirles que dejen de tomarse los colacaos esos que se toman y... cabrones... dejad de compraros ya las tallitas chicas de las tiendas para magnificar la petaura, que son las únicas que me sirven a mí, y al final sólo quedan las camisas para vestir a Hulk, que son las vuestras. Mariconas.
Podéis ir en paz.
En la última década el gimnasio ha sido el negocio más rentable de los barrios. De cualquier barrio. Si sales a la calle a comprar pan te cruzarás con unos cuantos petaditos sin cuello, bajitos pero de cuerpo cuadrado como Bob Esponja, cabeza pequeña y crestita, marcando bajo una camisetita de talla S.
Todo hijo de vecino que se precie necesita estar petado. Es un criterio mínimo para ser atendido por las pijas de sitios de moda, además del de no saber leer. No dedican tiempo a la cultura. Tampoco dedican esfuerzo al cuidado interior. Pero para marcar el triceps estos tíos se parten el espinazo a muerte. Van a saco. En las fábricas hedonistas podréis satisfacer vuestra curiosidad taxonómica intentando clasificar las subespecies sumamente interesantes que se encuentran en dicho ecosistema:
El dueño del gym: Este tipo es buena gente, está preocupado por el negocio, porque vaya bien. Intenta en la medida de las posibilidades ser educado y moderadamente simpático con la gente. Está, como no, cuadrado, para predicar con el ejemplo. Todo dueño de gym ha sido en su día campeón de España de algo (kickboxing, fitness, o lo que sea). Cuando el gym no es tal, sino que se trata de una tapadera, se nota porque aparece poco por allí.
El encargado animoso: Este espécimen me encanta. Se cree el alma de la fiesta. Liga con las clientas descaradamente, que por supuesto le hacen caso. Te anima con palabras como "campeón" o "máquina". El cargo de encargado es sólo una cuestión lingüística porque suele pasar de cuidar el cotarro más allá de cambiar el canal de la tele con el mando o explotar su complejo de relaciones públicas frustrado. Complementa sus ingresos trabajando como gorila de discoteca los fines de semana por la noche.
La profesora de aerobic: Esta tía, depende cómo la mires, a veces no sabes si es macho o hembra. Las hay buenorras, no te digo yo que no, pero suelen estar duras como piedras, y a veces tienen pectorales. Gritan como condenadas frente a los espejos.
El entendío: Se trata de un fulano abundante en esta comunidad. No acabó el PCPI de chapa y pintura pero sus años de experiencia en la sala de musculación le han doctorado en la vida, o eso cree él. Se acerca y te dice lo que tienes que hacer, la dieta que tienes que llevar, y los botes de colacao de protéinas que tienes que comprar: "Mira, aquí me haces unas superseries, y allí le vas aumentando kilos... me comes 10 comidas al día a base de atún y pollo que eso es proteína pura... vamos, que te vas a poner que no te va a conocer ni tu señora madre, campeón". Su máxima es llegar a opositar para policia local, pero es sólo un sueño. Al pasar por delante de uno de los numerosos espejos del gimnasio, se admira complacido.
El gordito con aspiraciones: Es un pobre hombre, simpático para ocultar el complejo, que sólo hace cinta andadora. El primer día. El segundo no ha ido.
Las tías hipoactivas: Maquilladas y vestidas para no arrugarse, de sport pero divinas, no hacen nada. Esperan la hora del aerobic pero no entran a la sala. Su misión es hablar con los maromos, pavonearse ante el encargado y aceptar sus piropos mientras bailan sinuosamente las piezas clásicas de Máxima FM. Tienen una vida muy tonta cuya función es ser admiradas. El por qué están buenorras es un misterio porque no es debido a la acción eoróbica ni anaeróbica; muchos lo explican por la constitución suertuda y el metabolismo joven que aún poseen.
La acomplejada: Es como el gordito pero sufre más. Su mirada al entrar al gimnasio es aprensiva. Los ojos y comentarios crueles por lo bajini de las hipoactivas se le clavan en la nuca como banderillas. No habla allí, pero el resto del día raja por doquier de lo hijaputas que son las zorras del gimnasio. En un 50% tiene razón, en otro 50% es por envidia.
A mí todos estos tíos me caen bien, en serio. Aunque pecadores, me resultan simpáticos. No tienen la culpa de ser así (o por lo menos no en gran porcentaje); son productos, pobre gente que quiere tener el canon que se impone, que se mata por él, por ese canon que es una de sus aspiraciones trascendentales (como ir de copas y tirarse a las más guarrillas). Son carne de cañon para el Gran Hermano y programas de Telecinco por el estilo. Es más, estoy seguro que la cadena hace los castings en los gimnasios.
Todo esto lo digo para informar a los que en verano quieran modelarse, sobre lo que encontrarán. Y a los petaitos, decirles que dejen de tomarse los colacaos esos que se toman y... cabrones... dejad de compraros ya las tallitas chicas de las tiendas para magnificar la petaura, que son las únicas que me sirven a mí, y al final sólo quedan las camisas para vestir a Hulk, que son las vuestras. Mariconas.
Podéis ir en paz.